Romper la burbuja

Abandonar la zona de confort es imprescindible para mejorar. Dejar de buscar opciones en el patio del fondo, abrir la puerta y cruzar la calle, podría ser la clave para terminar con tantos años de malos resultados. Es hora de probar entrenadores extranjeros.


Por Daniel Lussich


A diferencia de lo que ocurre con sus jugadores, los entrenadores de fútbol uruguayos generalmente no alcanzan la elite mundial, ni tampoco la continental. 


Incluso, resulta extraño encontrar directores técnicos Charrúas exitosos en ligas de menor orden, salvo excepciones que generalmente provienen de oriente medio o Centroamérica, en donde abunda el dinero, pero no el alto nivel de competencia. 


La explicación a este fenómeno bien puede tener diversas causas, aunque probablemente esté asociada a tres factores fundamentales: la escasa formación académica, la carencia de recursos metodológicos actualizados a los requerimientos del alto rendimiento y la sobre-exigencia de resultados.


Analizándolas, de la primera se desprende que, si bien en la actualidad los cursos de entrenador han mejorado desde todo punto de vista, el deporte se ha vuelto complejo de  tal forma que hoy un profesional debe manejar, además de su especificidad, una variedad de herramientas que logren conectarlo a plantel multidisciplinario.


El manejo de idiomas, no sólo para interactuar con jugadores extranjeros, sino para acceder de forma fluida a los mejores conocimientos disponibles en el mercado, estar al tanto de las bases en cuanto a la fisiología del ejercicio, para planificar sesiones más eficaces y con un control de cargas adecuado, o bien apoyarse en diversas estrategias didácticas y pedagógicas, según el contexto, son algunas de ellas.


Por citar ejemplos que vienen al caso, Jürgen Klopp, reciente ganador de la Liga Inglesa, la Liga de Campeones de Europa y el Mundial de clubes, además de conquistador de varios galardones importantes con el Borussia Dortmund, se inició académicamente mediante un diplomado universitario en ciencias del deporte.


También el propio Marcelo Bielsa, otro ganador de dilatada trayectoria, comenzó sus pasos sentando bases en el profesorado de Educación Física, lo que seguramente le permitió forjar una mirada más amplia del mundo del deporte.


Obviamente, no se puede pretender que de buenas a primeras los entrenadores locales aprendan a hablar inglés, así como Pep Guardiola destinó todo un verano en Nueva York al aprendizaje del idioma alemán, pero por algo hay que comenzar.

 

Ahora, bien podría surgir la pregunta, pero cómo, ¿acaso Diego Forlán no conocía las más adelantadas metodologías de entrenamiento a través de su paso por varios de los mejores equipos del mundo? Es claro que sí, pero también, es claro que imponer nuevas normas y hábitos lleva un tiempo de adaptación, sumado a que jugar no es lo mismo que dirigir y aprender a volar en el aire conlleva un riesgo elevado de caerse.


Años atrás, cuando finalizaba su extensa carrera deportiva, el basquetbolísta olímpico uruguayo, Luis Pierri, previo a comenzar su primera experiencia como entrenador, me dijo: “A partir de ahora el jugador murió. Puede que tenga ventaja respecto a otros entrenadores, porque conozco el vestuario, pero ahora comienza una historia nueva y no soy más que nadie”. 


Pese a todo esto, y sobre todo cuando a nivel de jugadores es normal buscar talento en el exterior, en Uruguay, y fundamentalmente en Peñarol, la contratación de entrenadores extranjeros es prácticamente un oasis en la historia.


Días atrás, un importante allegado a la directiva del club, un hombre de peso en cuestiones políticas y no sólo dentro del fútbol, me decía: “por estadística, los entrenadores extranjeros fallaron en Peñarol durante los últimos 50 años”.


Resulta extraña esa forma de analizar las cosas, puesto que puesto que desde 1970 a la fecha apenas han sido cinco los entrenadores extranjeros en el Carbonero. Debemos remontarnos a 1992 para ver como rompiendo los esquemas, fue contratado el flamante campeón europeo, Ljupko Petrović, quien luego de un prometedor comienzo, terminó saliendo por la puerta de atrás dejando una “catastrofa” y más anécdotas que triunfos. 


Así mismo, en 1991 el emblemático campeón mundial, Cesar Luis Menotti, pasó sin pena ni gloria por el club, alimentando la extraña estadística. 


Estadística que, claro está, también podría concluir que todos los entrenadores uruguayos fallaron en el ámbito internacional, sobre todo en la última década, en donde Peñarol sólo obtuvo fracasos.


¿Y qué pasa a nivel local? Del año 2000 en adelante, el Manya apenas alcanzó seis títulos locales, la mitad que su tradicional adversario, Nacional. En todos esos años, ¿en qué momentos el club invirtió en un entrenador de jerarquía? Repasando la lista, en la inmensa mayoría de los casos se optó por técnicos sin experiencia o con apenas un corto recorrido dentro del país. En ocasiones, incluso, se apeló a interinos que resultaron determinantes negativamente a largo plazo.


Entonces, ¿no será hora de volcar mayor presupuesto al área técnica y salir a buscar entrenadores al exterior? Las excusas de la adaptación o el costo de inversión no se sostienen. El riesgo a fallar no sería mayor al de los últimos años y la última temporada nos demuestra que, tres despidos, sumados a derrotas y eliminaciones de torneos internacionales, resultan más caros que un entrenador de prestigio.


También, como han hecho varios clubes que consagraron campeonatos, siendo más notorios los casos de Lanús con Luis Zubeldía, de Defensa y Justicia con Hernán Crespo, de Universidad de Chile con Jorge Sampaoli o de Independiente con Ariel Holan, apuntar a desconocidos con potencial de desarrollo, basados en un criterio de perfil, es una opción que suena interesante. Total, ¿qué más hay para perder?


Lo cierto, es que es muy factible que Mauricio Larriera continúe siendo el entrenador de Peñarol. Preso de sus palabras, el presidente Ignacio Ruglio debería mantenerlo en el cargo a pesar de los fracasos, para así ser consistente con su discurso de varios años.


Tener certezas es necesario, pero ser obsecuente a ellas nos puede llevar por mal camino. Imitar lo bueno, o ser un “ladrón de ideas”, como dice Guardiola, es una buena estrategia de construcción.


Pretender soluciones mágicas, encontrar, “nuestro Gallardo”, tampoco es la idea del caso.  Sin embargo, y tal como reza el dicho que se le atribuye al genial Albert Einstein, “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

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